Por: JUAN CARLOS QUINTERO CANAL – Candidato Primer Año.
Jeremias 20, 7-13
7 Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban.
8 Pues cada vez que hablo es para clamar: «¡Atropello!», y para gritar: «¡Expolio!». La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana.
9 Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía.
10 Escuchaba las calumnias de la turba: «¡Terror por doquier!, ¡denunciadle!, ¡denunciémosle!» Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: «¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!»
11 Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable.
12 ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
13 Cantad a Yahveh, alabad a Yahveh, porque ha salvado la vida de un pobrecillo de manos de malhechores.
ANALISIS DEL TEXTO
Jeremías es un profeta que durante cuarenta años camina con su pueblo, mostrándoles amor sincero. No obstante lo anterior, nadie hacia caso de su anuncio.
Debe anunciar al pueblo sobre la caída de Jerusalén y Judá, por lo que fue acusado de traidor y desterrado a Babilonia; allí le ofrecen una vida cómoda, pero el prefiere compartir la suerte de su pueblo.
Jeremías, siendo joven, amigo de sus amigos recibe la misión referida y aunque objeta no saber hablar, de nada le sirve, pues el Señor lo ha seducido a cumplir con la tarea que le ha sido encomendada, con lo cual el profeta se siente, mas que convencido, engañado y forzado. Pese a lo que siente y el quererse desentender de su misión, confiesa no poder hacerlo, pues la llamada es como un volcán, imposible de apagar.
Las calumnias, burlas, señalamientos e intentos por acabar con el, los cuales recibe constantemente de todos los que lo rodean, llevan al profeta a realizar una confesión, bastante lírica, del dolor y amargura que estas producen en su ser. Aun con su dolor, inspirado por el gran ardor que la palabra divina crea en su ser, Jeremías confía en Dios y su promesa.
La confianza que el profeta tiene, se fundamenta en su oración constante y que por su naturaleza, relaciona constantemente con sus ser y entrañas, de tal forma que vence de esta manera los obstáculos propios y ajenos, que a diario se oponen al cumplimiento de lo que le ha sido encomendado. A pesar de todo el mal que le desea su pueblo, el no pide revancha contra ellos y muy al contrario, muestra con sus palabras el deseo de bien, una invitación permanente a la alabanza y obediencia y la seguridad en la victoria de Dios.
EL HOY DE JEREMIAS EN NOSOTROS
En el mundo actual se imponen muchos sacrificios para quienes no dejándose atrapar por este, quieren vivir de manera diferente. En la Sagrada Escritura, la vida y la historia se proponen como un camino a recorrer guiados por Dios.
En este caminar es necesario sentirse seducido por el fin al cual conduce y no distraerse con otros posibles caminos que aunque también seductores, no conducen a donde somos llamados por el Creador. Esto lo entendió Jeremías, colocando la palabra que el era dada frente a su comunidad, quienes tenían otros centros de interés e incluso Jeremías, sintiéndose débil, no abandonó la misión encomendada.
Asumir hoy la misión profética que nos ha sido encomendada en el Bautismo, conduce con alguna frecuencia a la soledad y abandono; ser profeta es nadar muchas veces contra la corriente, ser el hazmerreír de los demás, incluso de los mas cercanos a nosotros. Entonces, ¿Qué debemos hacer?.
Convencernos que no estamos solos, recibir la fuerza de Dios, renunciando a nuestra debilidad; reconocer que el llamado es como un volcán que no se apaga y contemplar esas misma experiencias en Abraham, Jeremías y Jesús entre otros muchos, son un primer camino a no renunciar y por el contrario continuar siendo anunciadores de la buena nueva.
Vivimos en una sociedad que quiere dejar a Dios de lado, los cristianos no estamos de moda y aunque quizás en este País no suframos cárcel, fango o incluso el martirio, si somos presas de la indiferencia y el aparto social. Dios nos cuida y por este cuidado (como el que tuvo con Jeremías), las palabras y acciones que en el nombre de Dios ofrecemos al mundo, desde nuestro hogar, trabajo, vecindad y en todos los roles, serán la bandera que invitará al prójimo a unirse a la causa de Jesús: la salvación de todos los hombres”.
Como Jeremías, con perseverancia y confianza, verdadera confianza, será posible que el hombre actual y nosotros mismos retornemos a la casa del Padre; comencemos por trasmitir y vivir la seducción de Dios desde nosotros y con nuestra Iglesia doméstica, con acciones, demos vida al Evangelio, reconociéndonos débiles, pero sujetos de la fuerza que el Espíritu nos imprime cada día para continuar con la misión.