Que hacen ahí parados? - domingo de la Ascensión del Señor (A)
Hc. 1,1-11 - Sal. 47(46) - Ef. 1,17-23 - Mt. 28,16-20
Atravesamos un momento difícil para la humanidad, estamos frente a un panorama que por un lado es invisible pero perjudicial y por
otro, causa efectos económicos negativos como consecuencia de la parálisis en las actividades productivas. Millones de personas en
todo el mundo han perdido su trabajo y muchos hogares pasan grandes necesidades. Esta situación ha llevado a que desde las
diferentes diciplinas del conocimiento, se generen acciones económicas, científicas, políticas, medicas, etc. en busca de una pronta
solución a la problemática, de tal modo que, al encontrarla, el mundo pueda poco a poco dar continuidad a sus actividades y evitar con
ello una mayor depresión en las sociedades y en su economía. En otras palabras, para superar la crisis necesitamos sacar lo mejor de
cada uno de nosotros y ponerlo al servicio del mundo que lo necesita.
Desde la vida cristiana, es imperante que los católicos también hagamos nuestros mayores esfuerzos para que la fe y la esperanza no
se debiliten, por el contrario, desde la caridad, mantengamos viva nuestra mirada en Jesús. No solo la salud física y económica requieren
acciones mancomunadas, también la salud espiritual las necesita y esas acciones son la misión de la Iglesia. Este es el motivo para que
la pregunta: que hacen ahí parados? formulada por la primera lectura y recordada en la segunda, la comprendamos como una invitación
a salir de nuestras comodidades e inseguridades para ser anunciadores de la esperanza, en medio del sufrimiento. Es un llamado a
dejarnos guiar por la gracia del Espíritu para vivir, comunicar y desde el término de moda, contagiar la grandeza que significa ser
discípulos de Jesús, para recibir lo que Él mismo nos promete: «la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre ustedes y serán mis
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». Hoy en medio de la crisis, necesitamos estar dispuestos
a ir más allá, abandonado nuestro ego y entregándonos por completo al servicio del Reino, pues el Maestro ha querido asociarnos a su
misión de hacer presente la salvación de Dios en nuestro mundo.
Debemos comprender que el envío que Jesús hace a sus apóstoles en su ascensión para ir y hacer discípulos en todo el mundo, no
quedó allí como parte de una historia. El envío lo encarnaron ellos para transmitirlo como parte de un compromiso que continúa en
nuestra propia historia. Si la Iglesia está llamada a contemplar la humanidad con el mismo amor que Dios nos ofrece desde la persona
de su Hijo, hemos de asumir que la Iglesia no es externa a nosotros, sino que nosotros mismos somos la Iglesia y, por ende, debemos
sobresalir para que ese llamado se refleje desde las acciones que nosotros mismos realizamos.
Así pues, el envío que recibimos es nuestra dimensión misionera y la debemos vivir en el quehacer diario, en cada una de nuestras
actividades y ello requiere estar preparados, capacitados, informados y fortalecidos. En estas épocas dedicamos tiempo a lecturas,
videos, conferencias, etc. de motivación, crecimiento personal, distracción y otras tantas que seguramente son buenas para la vida y
especiales para las circunstancias que atravesamos, pero para la misión verdaderamente cristiana que se nos propone, imprescindible
para la vida, debemos tener presencia de la oración, la lectura y reflexión de la Palabra, toma de conciencia de la Eucaristía y nuestra
riqueza sacramental, pues sin ellas será muy difícil poder ejercer el compromiso misionero.
El Papa Francisco expresa que: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos
los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir
a nadie” (Evangelii Gaudium, 23). Por este motivo, cuando escuchamos o hacemos la pregunta: que está haciendo la Iglesia para una
u otra situación, debemos asumirá como una pregunta para cada uno de nosotros y la respuesta está en la forma en la que nos hemos
preparado y la manera como estamos desarrollado la misión.
Al final de esta reflexión y al ritmo del Salmo que hoy hemos respondido, según sea nuestra autoevaluación de lo que se nos propone
en la reflexión, comencemos o continuemos batiendo las palmas y aclamando al Señor, no solo “mirando al cielo”, sino moviéndonos
para que el mundo entero lo reconozca y vea como el Rey que es.
Nuestra madre María nos siga inspirando con su sí al Arcángel, de tal manera que hoy seamos nosotros los que le demos el sí a Jesús,
aceptando el envío que nos hace.
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